jueves, 25 de diciembre de 2008

Pecho del Iztaccíhuatl (6 y 7 de diciembre de 2008)


Un ascenso precioso y muy divertido, en el que hubo de todo un poco. Debido a lo ocurrido en la ocasión anterior, donde nos agotamos cargando las pesadas mochilas, Marcos cambió completamente el plan. En vez de salir de la Ciudad de México por la mañana y subir con todo el equipo hasta la zona de refugios, decidió llegar a la Joya por la noche, acampar ahí y salir en la madrugada, con el equipo mínimo indispensable para hacer cumbre. Así pues, a las tres de la mañana ya estábamos subiendo hacia los portillos. Llegamos al refugio República de Chile justo al amanecer. Cuando alcanzamos la segunda rodilla, el cielo comenzó a cerrarse. Finalmente llegamos al pecho, felices, pero agotados, luego de 9 horas de camino aproximadamente. Al regresar, el clima empeoró y por la cercanía de una tormenta eléctrica, Marco y Olivia decidieron bajar por el glaciar de Ayoloco, en lugar de hacerlo por las rodillas. Al descender por ese lugar, encontramos algunas placas de hielo, donde Marcelino resbaló y lo hubiérmos tenido que alcanzar en Amecameca si es que Luis no lo detiene (uno nunca sabe cuándo va a poner en práctica lo que aprendió en los cursos de alta montaña). Luego del susto, alcanzamos finalmente el refugio de Ayoloco y continuamos bajando, siguiendo prácticamente el mismo camino de la vez anterior, y en medio de una buena nevada, con la que la montaña nos despidió. Llegamos a la Joya al anochecer ¡y todavía tuvimos que desmontar a toda prisa el campamento! Como ya no hubo tiempo de parar a comer en Amecameca, nos consolamos comprando elotes en la carretera.

Glaciar de Ayoloco, (Iztaccíhuatl) (22 y 23 de noviembre de 2008)


Llegamos temprano a la Joya desde donde iniciamos el ascenso hasta el borde de la Escarpa Mutia ("La Cresta") y de ahí, atravesando grandes extensiones de piedras y arenales, intentamos llegar al refugio de Ayoloco para acampar. Desafortunadamente, la mayor parte de nosotros reventamos en el camino (algunos crudos, otros enfermos, otros más por pura fiaca), de tal forma que Marcos decidió pernoctar en una hondonada, un poco antes del refugio. Mientras armábamos la tiendas con los últimos rayos de sol, pudimos ver un espectacular ocaso sobre un mar de nubes bajas que cubrían todo el horizonte. La convivencia planeada en el programa la dejamos para una mejor ocasión, pues casi de inmediato nos metimos en las tiendas para tratar de dormir, cosa que, al menos yo, no pude hacer muy bien. A la mañana siguiente, nos dirigimos al glaciar, mucho más ligeros (el equipo se quedó en el campamento). Ahí, alcanzamos una lengüeta de nieve en la que hicimos prácticas de cramponeo y caídas. Al terminar, regresamos a desmontar el campamento y bajamos a la Joya, donde nos esperaba el autobús. Todavía nos dio tiempo de pasar a comer en "La Flecha Roja" de Amecameca... mala idea, agarré una amibiasis intestinal de campeonato.



Cruz del Marqués por el cráter del Ajusco (16 de noviembre de 2008)




Jamás me hubiera imaginado el cráter del Ajusco, que resultó un espacio abierto muy grande, con formaciones rocosas en forma de herradura que lo rodean (es más, ni siquiera había pensado que el Ajusco tuviera cráter).
En principio, se había planeado dividir al grupo. Parte subiría con Marcelino hasta el Pico de Anáhuac y aquellos que no desearan llegar a la cumbre, esperarían, a medio camino, con Gastón. Nomás por llevar la contraria a nuestros guías, subimos TODOS... hasta Fiona y el Negro (nuestros perros). En este lugar, por cierto, decidimos nombrar a Marcelino padrino oficial del Negro, pues ya se están tomando cariño.
Algo raro ocurrió durante el ascenso, pues más o menos a la mitad de la subida, unos 500 metros arriba de nosotros, escuchamos a alguien gritar "¡Gastóoooon!... ¡Gastóoooon!..." y pudimos distinguir a lo lejos una silueta, en el borde de unas rocas, pero nunca supimos quién fue... (¿acaso el alma en pena de algún montañista muerto, en una de tantas excursiones extraviadas por Gastón?)... misterio...
Al regresar de la cumbre, comimos en el borde de un desfiladero, con una vista fenomenal de la Ciudad de México y el Xitle a nuestros pies. El regreso fue sumamente lento, el grupo se separó por venir chacoteando y luego de juntarnos de nuevo, para no perder la costumbre, nos perdimos y estuvimos buscando un buen rato la vereda correcta, en la oscuridad. Finalmente llegamos al camión de noche y temblando de frío.




martes, 23 de diciembre de 2008

Cascada de Nexpayantla, Estado de México (9 de noviembre de 2008)





Por la carretera que va a Paso de Cortés, adelante de San Pedro Nexapa, se encuentra el camino de terracería que desciende al Valle de las Palomas, explanada apta para comidas domingueras desde donde comenzó esta excursión. Nos adentramos en el bosque siguiendo el riachuelo a contracorriente. En el trayecto pudimos ver, arriba y a la izquierda, la cima del Yoloxóchitl iluminada por el sol... ¡espléndida! A medida que transcurrió la excursión, las paredes de la cañada se estrecharon, hasta formar una garganta con paredes verticales que casi podíamos tocar con los brazos extendidos. Al final, encontramos la caída de agua, pero no pudimos recorrer los últimos metros, pues los guías lo consideraron peligroso por lo resbaladizo de las piedras.









¡No importó! El lugar es magnífico y bien valió la pena la caminata. El regreso fue más lento de lo planeado y el grupo se dividió, pues algunos excursionistas archirrecontrahambrientos, aceleraron el paso para llegar a comer al lugar donde se había quedado el autobús. Cuando llegamos los últimos, estuvieron a punto de hacerle un consejo de guerra a Tonatiuh y quemarlo en leña verde, por andar propiciando golpes de estado... y además, por lentos, nos quedamos con las ganas de ir al mirador del Yoloxóchitl.

Peña Bailadora, Río Frío, Puebla (26 de octubre de 2008)


Iniciamos esta excursión en el pueblo de Río Frío, que cruzamos caminando de un extremo a otro, temblando como gatos acabados de bañar, luego de escuchar las aterradoras historias de robos y asesinatos de excursionistas en esos lares, que hizo a bien contarnos Carlos Arredondo (digo, nomás pa' que nos anduviéramos con tiento). En las afueras del pueblo, encontramos un camino de terracería que recorrimos, subiendo y bajando, siempre con dirección Norte. A nuestra espalda y durante todo el trayecto, pudimos admirar la cabeza del Iztaccíhuatl. Alrededor de dos horas y media después, nos encontramos con las hermosas rocas del cerro Cuescomate que recuerdan pilas de monedas. Subimos el cerro por un lado, hasta encontrar la famosa Peña Bailadora que da la sensación, al incauto que se trepa encima sin saber, de un temblor trepidatorio de 9 grados Richter. Ylma estuvo a punto de perder todos sus bienes terrenales en una apuesta con Daniel, sobre cuál era la movediza roca. Arriba, con una vista magnífica del Iztaccíhuatl al Sur y los cerros Blancos y el Tláloc al Norte, comimos con toda tranquilidad, mientras Gastón esperaba abajo, pastoreando unas vacas. El regreso no tuvo contratiempos y llegamos vivos al autobús, justo al anochecer, para contar otra aventura.

Arco Escondido y Cerro San Miguel, Desierto de los Leones (28 de septiembre de 2008)




Otra vez por el rumbo del Desierto de los Leones, comenzamos esta caminata por el mismo camino que la excursión anterior, pero guiados en esta ocasión por Marco. Para nuestra sorpresa, sobre la vereda, tomando el sol mañanero, encontramos dos serpientes de cascabel, afortunadamente un poco aletargadas por el frío. Luego de subir poco más de dos horas, abandonamos el camino y nos internamos directamente en la ladera del cerro, por una mínuscula y resbaladiza vereda que nos llevó directo a los pies de un enorme arco de piedra, efectivamente escondido por la densa vegetación.




Después de maravillarnos un rato con esta formidable formación rocosa, seguimos subiendo hasta la cima del San Miguel, que ese domingo parecía romería por toda la gente que subió a la misa, en honor al santo patrono del cerro. El descenso fue sin contratiempos, luego de comer en una pequeña cueva, por las veredas que nos llevaron directo a La Venta.

Desierto de los Leones (el Pantano-Cruz de Colitla) (14 de septiembre de 2008).


Una caminata de siete horas de duración aproximadamente, por las inmediaciones del Desierto de los Leones. Comenzamos en el vivero "El Pantano" que se encuentra un poco más adelante del convento, guiados por Gastón, que por vez primera, no nos perdió. Por el camino cruzamos varios arroyos y pudimos ver los estragos hechos en estos bosques por la plaga del gusano barrenador, que dejó numerosos árboles completamente pelones, como palillos de dientes, y que le dan al lugar, combinados con la niebla, un aspecto fantasmagórico. Luego de casi tres horas de caminar por una pendiente moderada, llegamos por fin a una planicie desde donde pudimos admirar el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl en todo su esplendor. Cuando los novatos del grupo salimos de la vereda y nos metimos en el zacatal para tomar algunas fotografías de los volcanes, nos dijeron: "Nomás cuidado con las víboras", y pensé: "¡qué tipos exagerados!... ¿cómo va a haber serpientes en pleno Desierto de los Leones?"... una semana después entendí la razón de la advertencia. Más adelante, llegamos a la "Cruz de Colitla", donde comimos tirados en el pasto. El regreso lo hicimos por una vereda que rodeaba al cerro San Miguel y bajaba, cerrando el círculo del recorrido, rumbo a Cruz Blanca, con un paisaje maravilloso hacia el Oeste.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Pahuatlán, Puebla (30-31 de agosto de 2008)





Otra excursión singular, en los límites de Hidalgo y Puebla. En esta ocasión, la guía fue Ruth Mennel. El primer día pasamos por Oxtotipac, donde visitamos el pequeñísimo, pero muy bello convento franciscano del S. XVI dedicado a San Nicolás de Bari, con su minúsculo patio central, fresco y tranquilo; y el convento de Otumba. Luego de escuchar, en ambos lugares, las interesantes disertaciones de Ruth, partimos rumbo a Pahuatlán del Valle (en honor a Leandro Valle, que nació en ese lugar), al que llegamos por una carretera enclavada en la sierra, angosta, sinuosa y cubierta de neblina. Pahuatlán resuló ser un pequeño pueblo, muy pintoresco, con casas de techos a dos aguas cubiertos de tejas. Nos instalamos en el “Hotel San Carlos” con precios muy accesibles, alberca, temazcal, y un “mirador” con vista espléndida. De la comida, ni hablar... ¡buenísima! y Juan Carlos hizo su agosto, provocando la indigestión de todos los que nos acercamos a su mesa. Por la tarde, hicimos una caminata por los alrededores, hasta llegar a un puente colgante sobre el río.
Al siguiente día, con buen clima, necesario para observar la elaboración de papel amate, pues requiere secarse al sol, fuimos al pueblo de San Pablito que se encuentra a 20 minutos por carretera.
Curiosamente, las artesanías clásicas de papel amate que todos conocemos y hacen referencia a la vida cotidiana en un pueblo (bodas, posadas, jaripeos, entierros, juegos, etc.) se pintan en el estado de Guerrero, pero con papel fabricado en San Pablito y pueblos aledaños. La artesanía de papel característica de los otomíes de esta región, por el contrario, son figuras RECORTADAS, particularmente las que representan diversos dioses (del chile, del maíz, de la naranja, etc.), aunque hay diseños más novedosos. Algo curioso es que ahí pueden conseguirse fósiles (amonitas), que ofrecen los niños en 5 y 10 pesos. Al regreso al D.F., pasamos por el convento de Singuilucan, donde se encuentra la milagrera imagen del Señor de Singuilucan, montada sobre un burro y a la que los feligreses ofrecen los "milagros" metálicos convencionales y otras ofrendas menos ortodoxas, como trenzas (de pelo), fotografías de automóviles, ropa, fotocopias de licencias de conducir y ¡un examen de historia de México! A la salida de este lugar pudimos ver un letrero colocado en la reja de entrada que advierte: “favor de respetar la casa de Dios, no venir a echar novio aquí… hay otros lugares” (pero no dice cuáles).

El Carcol de Santa Mónica, Hidalgo (3 de agosto de 2008)


Excursión muy peculiar y completamente diferente a todas las anteriores por dos motivos: se hizo DE BAJADA (¡y vaya bajada!) y en un clima árido y sofocante. Por el camino a Atotonilco, llegamos al pueblo de Santa Mónica. Dicen las malas lenguas que, Gastón, como los marineros, rompe un corazón en cada puerto (en este caso sería en cada pueblo), pues tiene la envidiable habilidad de agenciarse fácilmente mujeres locales como guías (Marcelino afirma que, incluso, en los pueblos por donde pasa el club, y va Gastón, pueden verse, unos años después, niños que traen el pantalón a media nalga -debido a que la paternidad gastonesca no ha podido comprobarse categóricamente mediante una prueba de ADN, ésto debe considerarse, por el momento, como otro más de los "mitos" del Citla). Volviendo al relato, luego de conseguir la correspondiente guía asociada -acompañada por toda su parentela-, cruzamos el pueblo y seguimos una vereda hasta llegar al borde de la Cañada de los Venados, con una magnífica vista. De ahí iniciamos el descenso por un camino angosto, zigzagueante y muy empinado ("el Caracol"), entre nopales y otras cactáceas, sudando de a deveras mientras contemplamos, a lo lejos, el pueblo de Meztitlán. Luego de la bajada, hubo un connato de golpe de estado a Gastón, por parte de algunos excursionistas hambrientos que lo obligaron, a gritos y sombrerazos, a detenernos y comer, de a tiro, sentados en la vil tierra del camino. Terminamos esta calurosa y polvorienta excursión en el pueblo de San Pedro Tlatemalco, luego de ocho horas de caminata.

Cerro "Los Alumbres", Lagunas de Zempoala (27 de julio de 2008)


Pasamos por Huitzilac desayunando ligerito (tres tamales y medio kilo de barbacoa) hasta el Parque Nacional Lagunas de Zempoala y comenzamos a subir (2,900 msnm) hasta la cima de uno de los cerros "Alumbres" (3,500 msnm). El último tramo se hizo, a gusto del excursionista, por la ruta normal y por la suicida (encabezada por Ángel). Una vez arriba, pudimos ver un espléndido panorama, con las lagunas y el Valle de Cuernavaca a nuestros pies y el Pico de Zempoala hacia el sur. Al regreso, para variar, una ligera perdida que no pasó a mayores y unos cuantos ortigados.

Peña Larga ("Los Calibradores"), El Chico, Hidalgo. (20 de julio de 2008)








Nuestra primera excursión. Por novatos e ingenuos nos tocó el último asiento del autobús, que no estaría tan mal de no ser porque no está fijo al piso; así que nos fuimos dando tumbos hasta que llegamos al lugar, el valle donde está la peña el "León Alado", donde inició una excursión un poco accidentada, debido a que Gastón (guía espiritual y gurú del excursionismo citlaltepeño) tuvo a bien perdernos TRES veces en la neblina... y tres veces regresamos (demostrando que acá no importan tanto los conocimientos técnicos, la orientación o la condición física, sino la perseverancia). Finalmente llegamos a la cima, desde donde se veían las bellas formaciones rocosas que no dejan pasar a cualquiera entre ellas, sobre todo si está sobrado en kilos (de ahí el nombre de "calibradores"). Comimos junto o dentro de una capilla -gran misterio: ¿quién y para qué la construyó AHÍ?- y tuvimos que regresar sin hacer el recorrido entre la base de las rocas, por ir muy retrasados, decisión que casi le costó la vida al buen Gastón, a manos de algunos indignados miembros. Ni modo, será para otra ocasión.