Con autobús lleno y dos
autos más, comenzó esta gastonesca excursión, con la tradicional parada en los
pastes "La Montaña" en donde, algunos comenzamos a sospechar, tiene
acciones Marcelino.
Entramos al lugar
anunciado sobre la carretera como "El Cedral" en el Parque Nacional
del Chico, encaminándonos hacia la roca que llaman "El León Alado"
(que por más que uno se esfuerza, no logra verle lo león, y mucho menos lo
alado) y, para variar, tomamos el camino equivocado, que tuvimos que desandar
unos cientos de metros antes de encontrar la vereda correcta, apenas visible,
en una curva que da vuelta hacia la derecha sobre el camino de terracería.
La subida por la cañada
fue lenta y trabajosa pues algunos invitados se retrasaban mucho y obligaban a
detenernos continuamente, hasta que llegamos al sitio donde se encuentran las
primeras cruces de las trece 'estaciones' del Via Crucis, que celebran en ese
sitio. En un pequeño valle, la parte más lenta del grupo decidió
quedarse, y el resto continuamos el ascenso hasta la capilla desde donde
se ven las peñas de "Los Calibradores" (el sitio lo conocen los
lugareños como El Contadero). Ahí comimos, y como teníamos el tiempo encima, se
tomó la sabia decisión de 'contratar' a Don Lencho, un paisano autóctono del
lugar, que nos guió a través del verdadero laberinto de túneles y pasadizos formado
por las rocas. La travesía se dificultó un poco, pues las lluvias habían
formado una capa de musgo y humedad en las paredes y en el piso, que hacían el
camino bastante resbaladizo. El espectáculo, dentro de “Los Calibradores” era
fantástico, y efectivamente, el paso por algunos lugares estrechos “calibraba”
la finura coroporal, pues no era apto para rechonchos, por más que trataban de
demostrar su esbeltez tallándose infructuosamente en las piedras, intentando
franquearlos.
El trayecto en el
laberinto no tuvo falla, así que lo terminamos completo, y regresamos justo por
el mismo camino por el que habíamos llegado hasta el autobús, aún con luz de día.
Algo que me sorprendió
fue que, en pleno bosque, justo en un bonito valle por el que uno debe pasar para
llegar a “El Contadero”, ahora hay una casa rodeada por una barda de alambre de
púas, que “privatiza”, al menos, la tercera parte de la explanada. Eso es muy extraño, tomando en cuenta que el
lugar se encuentra dentro de un parque nacional, y en teoría, son sitios
protegidos que nadie puede apropiarse, y menos, construir una casa. Lo más raro
del asunto, es que el dueño es extranjero (posiblemente gringo); nos dimos
cuenta al escucharlo hablar, pues amablemente nos saludó, con apretón de mano y
toda la cosa, cuando pasamos de regreso: “oooouuuuuu… mecsicanous… veribonito…
muy náis… ¿cómou les fue?, regresar prontou”. No soy xenófobo, pero me indigna la
sencillez con la que cualquier persona (forastero
o no), en nuestro país, puede agandallarse un pequeño o gran pedazo
(dependiendo de la lana que tenga y esté dispuesto a gastar), de un lugar que pertenece
a todos. Seguramente la próxima vez que
pasemos por ese lugar encontraremos un Oxxo o un McDonald’s, o ambos, y cobrarán
peaje por transitar.