martes, 14 de abril de 2009

Barra de Cazones, Veracruz. (8 a 12 de abril de 2009).

Nos fuimos cuatro días a Barra de Cazones, en el Estado de Veracruz, cerca de Papantla y Poza Rica. Un lugar maravilloso y muy rústico. Nada parecido a las playas turísticas de Cancún o Puerto Vallarta, ni siquiera a las del Puerto de Veracruz. A mucha gente no le gustan las playas del Golfo: que si “el color del mar es café”, que si “la arena es gruesa”, que si “es mar abierto”, que si “no hay güerotas extranjeras en bikini”, que si “no hay restaurantes de lujo, antros y discos”... en fin. No estoy seguro que Barra de Cazones pueda ser del agrado de todos, pero a mí me encantó. Las playas veracruzanas tienen un aire entre melancólico y decadente, que me atrae.

El sitio se llama "Barra de Cazones", porque el pueblo, con su faro y toda la cosa, se encuentra precisamente en la desembocadura del Río Cazones. Llegamos a un hotelito muy sencillo (Mariner se llamaba) y estaba en la ribera, cerca de la boca del río... un sitio encantador. Apenas tenía unos cuantos cuartitos y prácticamente éramos los únicos huéspedes. ¡Es sorprendente como en plena Semana Santa puede uno encontrar lugares tranquilos! Aunque algunas playas al Sur del pueblo tenían algo de gente (por supuesto nada comparable a las multitudes que se aglomeran en otros centros turísticos), encontramos hacia el Norte, playas de uno o dos kilómetros de largo, sin un alma. En muchos sitios, las rocas, de un color café rojizo muy peculiar, formaban verdaderos acantilados.

Los lugareños, sumamente amistosos y nada acostumbrados a los turistas (los restaurancitos del lugar entraban en caos cuando entrábamos 20 personas a comer y en las tienditas nos pusieron a cargar cajas de mercancía, mientras nos cortaban unos cocos fríos).

Nos dio tiempo hasta para ir al centro arqueológico del Tajín, que es espectacular, pero donde casi morimos deshidratados e insolados. Incluso, estuvimos una tarde en Papantla, una “ciudad” que no deja de ser pueblote, con su jardín central y su quiosquito, donde se reúne la gente a no hacer nada. Aún tenemos dudas sobre lo que bebieron Ylma, Marco y algunos otros de nuestros compañeros la última noche. Los dejamos sentados en una mesa jugando “scrabble” (o algo parecido) y terminaron cantando a gritos y echándose clavados de cangurito en la alberca, a las dos de la mañana. Les hemos sugerido que, si toman mezcal adulterado, al menos no sea con líquido para frenos.

Todo el viaje fue muy agradable, lo único malo fue el regreso, que emprendimos el domingo por la tarde. Hicimos casi 12 horas en la carretera... con un calor espantoso y a merced de algunos automovilistas y traileros oligofrénicos, empeñados en matarse y matar a los demás con maniobras suicidas; algunas, captadas por Salomón en video, para regocijo de los morbosos. No todo puede ser perfecto.

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