jueves, 5 de febrero de 2009

Travesía Puente de Dios-Río Amajac-Doñana, Hidalgo. (1 de febrero de 2009)

Una travesía inolvidable que, como diría Luis Echeverría, "no fue ni en bosque, ni en montaña, sino todo lo contrario": por el lecho de un río, en una zona semidesértica del estado de Hidalgo. Por la autopista de cuota a Pachuca, tomamos la carretera federal que va a Mineral del Monte y Atotonilco y de ahí la carretera secundaria que conduce a Santa María Amajac y, finalmente, la desviación a “El Paso Amajac” que nos llevó, como en una película de aventuras, a un camino de terracería muy angosto donde apenas cabía el autobús, con muchas curvas, en el borde de una barranca desde donde podíamos ver el fondo del voladero, muchas decenas de metros abajo... (gulp)... pasando saliva y confiando en la destreza al volante de Javier. Después de un rato, llegamos a un lugar plano, donde encontramos la única casa de los alrededores y algunas cabras, que pertenecen al Sr. Pompeyo. De ahí, bajamos un poco hasta encontrar el Puente de Dios por el que pasa el Río Amajac (afluente del Moctezuma y el Pánuco) que ha formado una enorme caverna en el interior de la montaña. En esta temporada el río era poco más que un arroyuelo.
Después de admirar esta maravilla natural, iniciamos la caminata y durante muchas horas seguimos el cauce del río, cruzándolo en numerosas ocasiones y admirando el magnifico paisaje de la barranca con paredes escarpadas que encierran el río, con remansos y pozas de agua cristalina que invitaban a un chapuzón (Juan Carlos no se quedó con las ganas y se aventó uno que otro clavado). Aunque nuestros pesimistas guías nos advirtieron que el agua de este río no debía beberse, pues TODOS los ríos en México están contaminados, los optimistas pensamos que, al menos en este tramo de su trayecto hacia el mar, el río Amajac está MUY poco contaminado. En fin, cuestión de perspectiva.
A pesar de lo anterior, algunos miembros del club, como Marcelino, decidieron que no era su día de baño anual e hicieron hasta lo imposible por no meterse al agua. Al final, unos más que otros, todos tuvimos que mojarnos las botas; sin embargo, debemos hacer un reconocimiento oficial a Marcelino, por su enorme esfuerzo hidrofóbico y habilidad técnica, que casi le permite salir invicto de ese penoso trance (muchos piensan que hizo un poco de trampa, pues el sombrero revolucionario talla extragrande y diseño aerodinámico que llevaba, lo ayudó a elevarse y planear). Como era la primera vez que el club hacía este recorrido, realmente los guías no estaban seguros de lo que iban a encontrar adelante o de cómo saldríamos de ahí... en pocas palabras, comenzaron a dudar si podríamos regresar ese día a nuestras casas o terminaríamos dos semanas después en el puerto de Tampico... pero justo cuando quedaba poco tiempo de luz solar, Juan Carlos encontró una vereda casi oculta en la ladera derecha de la barranca, que después de un ascenso que pareció interminable y que tuvimos que hacer, en parte ayudados por las linternas, nos llevó a la meseta del pueblo de Doñana, para encontrar el autobús, luego de siete horas y media de caminata.

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